Por: Oscar González Legorreta, Managing Partner de InSureMate
“El camino del disruptor es siempre el mismo. Primero se ríen de nosotros, después nos ignoran y luego ganamos”. Uri Levine, cofundador de Waze.
Justo al tiempo que seleccioné la frase de apertura, mi querido lector, recordé algo que vivencié hace algunas décadas. Me desempeñaba entonces como Director Técnico del Ramo de Automóviles en una aseguradora líder en el mercado. Surgia una nueva compañía, la que algunos llaman hoy “La Q Morada”.
Los cuestionamientos eran cotidianos en todo el mercado y aún al interior de nuestra propia compañía. El presidente de nuestro consejo de administración era uno de los que más insistían en realizar una pregunta repetitiva: ¿esa organización que disrumpió totalmente con el modelo de comercialización e innovaba a través de su asociación con los Directores de Oficina, a quienes podríamos denominar “franquiciatarios” (aunque el término no resulta del todo acertado), resultaría exitosa?.
Año con año realizabamos elaborados análisis para explicar como esa y otras disrupciones en aquel modelo carecían de sentido y afirmábamos que fracasaría rotundamente… hasta que triunfó apabullantemente y nos rebasó en el monto de Primas Emitidas. Sólo quedó el silencio.
He sido invitado por la Fundación de la Alianza® para que a finales del mes de septiembre participe en la XIII Cumbre Iberomaricana del Seguro, la cual tendrá verificativo en la Ciudad de Monterrey, Nuevo León. El tema de mi participación será “Cómo presentar un proyecto disruptivo”. La modalidad de dicha exposición es muy desafiante, pues debe efectuarse con el método PechaKucha, palabra japonesa que significa “charla casual”. Esta técnica se basa en la simplicidad. La exposición ha de ser concisa, sencilla y basada solo en las ideas relevantes. 20 láminas, cada una de las cuales se muestra por 20 segundos y transita automáticamente a la siguiente imagen. En poco más de 6 minutos ha de transmitirse el concepto en discusión.
Lo que tengo en mente (aún trabajo en el material a utilizar) es mostrar los factores críticos de éxito para impulsar un proyecto o idea disruptiva. Estoy bastante convencido que el más importante de todos es la perseverancia.
En mi accionar cotidiano me encuentro con un comportamiento larga e intensamente repetido. Aquel que lidera la presentación de un concepto disruptivo se desespera porque no es comprendido por su público y eventualmente, claudica.
Es curioso, porque justamente obedece, en ambos lados de la mesa, al mismo principio del comportamiento humano. Las personas tendemos a la imposición de nuestras ideas a los demás. Ese es el origen de las eternas discusiones cuando se habla de política, religión…y hasta futbol. De hecho por ello es que, las buenas artes de la conversación grupal indican que dichos temas deben evitarse, especialmente en foros de poca confianza entre los participantes. Resulta ahí difícil poner límites, sin lastimar las sensibilidades de algunos.
Suele pensarse que detrás de la insistencia hay alguna melévola o maliciosa intención pero esto no es necesariamente cierto. Piénsese en la religión. En el mundo espiritual, sin contaminarlo con algún tipo de posición o encargo. Dentrás del impulso de conversión que mueve a un interlocutor a buscar convencer a otro de “su verdad” está, frecuentemente, una firme creencia de que la salvación del alma de uno o de ambos, está en juego. En ese contexto, creo que nadie podría dudar de la noble intención detrás de los intentos.
Está en la naturaleza humana el deseo de compartir lo que cada uno de nosotros ha descubierto como la realidad, la naturaleza o la verdad de la existencia. Imagínese mi querido lector que si eso ocurre con temas tan fundamentales como la trascendencia, la vida detrás de la vida o cualquiero otra denominación que podamos darle, no sucederá algo similar con vanalidades como la fórmula del éxito o la manera correcta de hacer algo.
Trasladémonos ahora al campo de los negocios.
Alguien lleva años en el mundo corporativo. Ha aprendido que la burocracia, sí, la burocracia, denominada como protocolos, políticas, filtros o como se prefiera, le ha conferido un éxito sostenible a su organización o incluso, al mercado donde se desempeña. Cuando llegó a este mundo, no sabía que dicho entorno existía ni cómo se había fundamentado, pero hoy ve los frutos que arroja. Ha sido testigo de inumerables ocasiones en que la sucesión de etapas ha prevenido el desastre.
Piénsese en cualquier figura de nuesto sector, a saber, un Ajustador, un finiquito, un dictamen y a la vez, cuántas veces esas ficciones -inventos del ser humano asegurador- han defendido exitosamente el patrimonio de la organización. Ese interlocutor, ese lado de la mesa, tiene todas las respuestas. Incluso pruebas fechacientes de su postura.
Ahora vamos al otro extremo de la mesa. Ahí encontramos al disruptor. Este personaje y no de ficción, que trae una afirmación tremendista. Que asegura que tiene “el santo grial” que va a transformar favorablemente el destino de ese mismo corporativo. Y en verdad cree en ello. Tiene evidencias, aunque sean teóricas o comparativas de lo que se lograría.
Ambos, actuarán como los ya citados y ejemplificados “defensores de la fe” e insistirán vehementemente en sus argumentos, con una singular diferencia. Sólo uno de ellos tiene de su lado el status quo.
Y aquí, retomando todo lo expuesto es donde refuerzo la obviedad de la necesidad de perseverar, tal como lo define la RAE: “Mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado”. Creer que en una o unas pocas reuniones una organización se volcará a transformarse por la argumentación de un externo es, al menos, ingenuo.
Lo mínimo que el disruptor deberá contemplar es que este será un camino largo, desafiante y sobretodo, muy repetitivo. Su mensaje deberá reiterarse hasta la saciedad. De maneras distintas incluso. Quien no persevere estará condenado al fracaso, tan sólo por aquel conocido adagio “a las personas nos gusta el cambio; no nos gusta cambiar”.