Hasta hace poco tiempo, Jack Dorsey era conocido en el mundo de los negocios como creador y presidente de Twitter, que ha transformado la manera en la que millones de personas se comunican e informan. Pero hoy, Dorsey, a sus 34 años de edad, ha estado llamando fuertemente la atención con su próximo proyecto, Square, un servicio que pretende modificar la industria bancaria logrando que todos los teléfonos inteligentes se conviertan en lectores de tarjetas de crédito, y espera que eventualmente logre remplazar al plástico.
Dorsey dice que intenta llevar la simplicidad de Twitter al complejo mundo de las tarjetas y los procesos. Desarrolló una pequeña tarjeta rectangular (sí, un pequeño cuadrado) que se conecta a la salida de audio de los aparatos móviles (ya no se necesita una estorbosa terminal bancaria). También ofreció un software súper simple que ayuda a los negocios a llevar registro de las ventas, impuestos y otra información financiera.
Pero su verdadera innovación es la facilidad que ofrece Square a todos los que aceptan una tarjeta de crédito. A diferencia de los bancos, Square no pide a sus clientes que abran una cuenta, que paguen cuentas mensuales o que firmen un contrato de varios años. Su estructura de precios (Square cobra a los vendedores 2.75% más 15 centavos de dólar por transacción) no es la más barata, pero puede ser la más directa.
Como resultado, la compañía, que fue lanzada hace dos años, dice que cada mes se le unen 50,000 pequeños negocios, incluyendo varios empresarios que no tienen locación fija. Piensa en las niñeras, camiones de comida, mercados de pulgas… «Ya me harté de comprar cosas estorbosas que no funcionan mucho tiempo»; dice Josh Levine, que usa lectores de Square en sus dos locales de Pepples Donuts en Bay Area. «Square es simple, es genial y es directo».
Los clientes no son los únicos que lo aman. Time, que al igual que Fortune es propiedad de Time Warner, lo consideró uno de los mejores 50 inventos de 2010. A pesar de los enormes retos que tiene Dorsey para entrar al negocio de las transacciones financieras, un ecléctico grupo de fundadores, incluyendo Khosla Ventures, Marissa Mayer de Google y el inversionista ángel Ron Conway, invirtieron 10 millones de dólares en Square.
Su historia de navegación puede ser usada por compañías de ‘marketing’ para definir su perfil de consumidor, por el Gobierno para saber sus opiniones y pensamientos o para hacer fraude.
Nuestra privacidad en Internet es un tema que aún no nos planteamos con la importancia que requiere. Detrás del impresionante intercambio virtual entre cientos de millones de personas, se esconde un negocio multimillonario: mientras más datos se compartan, los anunciantes sabrán con asombrosa exactitud qué productos ofrecer y a quiénes.
Hoy es posible obtener una huella digital cibernética. ¿Suena como ciencia ficción? Seguramente, pero ya es una realidad. La noticia del 28 de noviembre sobre la divulgación en WikiLeaks de 250 mil cables clasificados de las embajadas de Estados Unidos en diferentes partes del mundo podría abrir el debate en la mesa de los gobiernos sobre la regulación de Internet. El escándalo mediático causado por la mayor filtración de documentos secretos de la historia en Internet se vería superado si este hecho fuese utilizado por el Gobierno de EE. UU. para justificar el espionaje online de los ciudadanos.
Según afirma The New York Times, la administración Obama está trabajando en una propuesta de ley que obligaría a todos los prestadores de servicios de comunicaciones online a introducir medidas en su software que permitan al gobierno estadounidense espiar las comunicaciones que se producen entre dos usuarios, incluso aquellas que estén encriptadas.
¿Pero qué ocurre con los ciudadanos, víctimas silenciosas del oscuro negocio que hay detrás de saber quiénes somos y qué buscamos? El estudio realizado por la empresa de seguridad Sophos, devela algunas actitudes alarmantes de los individuos hacia el ciberespionaje internacional: el 63 por ciento de los 1.077 usuarios encuestados cree que es aceptable para sus países espiar a otras naciones mediante el hacking o a través de la instalación de malware.
Nuestro ADN en la red se compone no sólo de información personal que entregamos en sitios web, sino de algo aún más sencillo: la información que arroja nuestro navegador. Pueden clasificarnos por país y región, por la versión que utilizamos, los plugins, las fuentes instaladas, la resolución de pantalla, los sitios que visitamos, la información en formularios, etc. Sin necesidad de la dirección de IP o de las cookies, estos datos se pueden combinar para generar una huella digital casi única dentro de la web sin que nosotros intervengamos.
El espionaje en la web está al alcance de todos. No por una falla de seguridad, sino porque el lenguaje de la web -JavaScript- incorporado en todos los navegadores modernos, es accesible para cualquiera con una herramienta sofisticada para extraer la información de cómo interactúa nuestro navegador.
Gracias a estas identificaciones, empresas y agencias de publicidad online pueden recolectar los datos necesarios para catalogar a su potencial audiencia y vender su stock de manera segmentada. Aún más impresionante es que se establecen redes entre muchos sitios para compartir información, o que redes sociales extraen el directorio de tu Messenger para enviar invitaciones a tu perfil, sin que lo sepas.
El espionaje de nuestra información sirve también para cometer fraude en el momento en que usamos nuestra banca online o al pagar en los sitios de compra por Internet. En este caso, se necesita de tecnología adicional de seguridad digital: se han desarrollando dispositivos token que permiten autenticarte, verificar al banco o al comercio en línea, firmar nuestras transacciones, o incluso un token USB con un navegador incluido para una seguridad máxima.
Aplicando estas medidas, ¿ya podemos navegar tranquilos y anónimos? La respuesta es no. Nuestra privacidad y anonimato se ven coartados por las propias bases de la web. Es la paradoja cibernética aceptar que seremos observados, pero sin quedarnos de brazos cruzados. ¿Hasta qué punto quieres ser espiado? Algunos decidirán la postura más extrema -no navegar-, otros, desactivar absolutamente todo tipo de interacción antes de navegar, y habrá quienes busquen soluciones intermedias. Cada uno escoge su remedio.
63 por ciento de un poco más de 1.000 personas encuestadas cree que es aceptable que los países se espien.
Elimine sus huellas
-
Se deben vaciar las cookies, mediante programas como Ccleaner, y eliminar frecuentemente todo el historial de navegación desde tu navegador.
-
Utilizar un navegador que permita algún tipo de modo privado. En distintas pruebas, Firefox y Google Chrome han resultado ser los más seguros.
-
Verificar las direcciones del navegador antes de introducir contraseñas.
-
Desactivar JavaScript para las páginas en las que no se confíe.
-
Eliminar software espía corriendo un programa como SpyBot Search & Destroy.
-
La solución más avanzada sería encontrar un proxy que permita ocultar la dirección IP y utilizar un software de cifrado útil como Tor para El ciberespionaje lo puede tocar
Fuente:portafolio.com.co