Por Darío Epstein
Latinoamérica atravesó, en los últimos dos años, incluyendo el actual, una de sus peores caídas de actividad desde los años ochenta, la crisis rusa de octubre de 1998 y el efecto tequila, en diciembre de 1994. Dos años seguidos de crecimiento negativo. Mucho tuvo que ver Brasil en esto.
¿Crisis sistémica? Nada que se le parezca, lo peor parece haber quedado atrás bajo el peso del mayor desastre económico que haya visto Brasil, una recesión incluso superior a la anterior a la devaluación de enero del año 2002.
El promedio de la región se encuentra altamente contaminado. Por eso los promedios son siempre malos: la caída del PBI del año pasado y la esperada para este año, a excepción de Venezuela, viene explicada por Brasil. En 2016, la recesión de Argentina contribuye también: habrá que esperar recién al primer trimestre del año que viene para encontrar una tasa de crecimiento interanual positiva.
En comparación con otros países de la región, Colombia crecería, en 2016, a una tasa similar a la de México, además de posicionarse por encima de Chile, aunque por debajo de Perú y Panamá.
Luego de caer casi 4% en 2015 y encaminado a una recesión similar para este año, Brasil tocará fondo en algún momento, tal como lo determina la teoría de los ciclos. Analizando los números, su tasa de crecimiento recién se estabilizaría en el tercer trimestre del 2017, para retomar impulso en el cuarto trimestre. Nada para festejar, pero al menos sirve para marcar un punto de inflexión más que necesario para retomar la confianza tanto de los productores como de los consumidores.
La confianza de los inversores de portafolio (no en la economía real) ya encontró una oportunidad en materia de rendimientos bursátiles. Es porque los mercados siempre se adelantan y ahí es donde Brasil se hizo fuerte:luego de dos años de huida de Latinoamérica, los capitales especulativos han retornado a la región en diciembre del año pasado y, en el universo de monedas, el real brasileño ha sido la moneda que más se apreció en el acumulado del año (+25%), y una de las que más terreno recuperó del mundo luego de la estrepitosa caída previa. El rand sudafricano (+13%), el rublo ruso (+10%) y el peso chileno (+8%) le siguen, y se encuentran entre las monedas emergentes que más crecieron.
Eso potenció el rendimiento de las acciones brasileñas: en reales, se incrementó 33%, ¡por lo que, medido en dólares, el MSCI Brasil se apreció nada menos que un 63%!
Paradójicamente, el peso argentino acumula atraso cambiario por una inflación que más que duplica la caída en el valor nominal de la moneda. El ingreso de capitales vía emisiones de deuda soberana, provincial y corporativa, en Argentina produjo una entrada masiva de dólares altamente retrasada en años previos por el sesgo político de la anterior gestión. Los futuros operan ligeramente por encima de USD/ARS 16 para fin de año, con una devaluación implícita anualizada del 24%, contra un aproximado del 40%, según estimaciones del Índice de Precios al Consumidor (IPC).
¿Rebote o cambio de tendencia para el real brasileño? Difícil de decir. El cuadro político sigue siendo un desastre y el blanqueo no está dando los frutos esperados.
Una cosa es clara: la influencia de Brasil en los números de la región y su tracción tanto positiva como negativa nos hacen dudar de cualquier crecimiento de largo plazo en la región si este gigante permanece dormido