Americaeconomia: Las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) han sido fuente de inmensos avances en los últimos años. No se concibe hoy empresa ni proyecto alguno sin una fuerte componente de tecnología digital que lo soporte. Llama la atención que el Gobierno dedique tantos recursos, estudios y profesionales de alto nivel en comisiones genéricas para impulsar el despliegue tecnológico en el país, sin avances concretos.
Desde que se publicara el libro «The Innovator’s Dilemma» (El dilema del innovador) de Clayton Christensen en 1997, la innovación se puso de moda. Han aparecido muchos otros libros, asesores, consultores y «técnicas» de fomento a la innovación. Los chilenos, más innovadores que el resto, hemos creado hasta un impuesto – el royalty a la minería – para financiar la innovación a través del programa Innova Chile.
Personalmente creo que la innovación, tal como la inspiración, aparecerá en el país cuando existan más áreas de acción para el sector privado y un adecuado sistema de incentivos que premien tales emprendimientos. Llevamos muchos años hablando en genérico sobre estos temas, gastando tiempo y recursos valiosos que podrían usarse mejor en resolver los problemas concretos que nos aquejan y que todos conocemos, aplicando justamente las tecnologías de la información. En otras palabras, hay que concretar pragmáticamente la innovación para solucionar las inquietudes del público.
En todas las encuestas de percepción ciudadana aparece en primer lugar el tema de la delincuencia entre los que más angustian a los chilenos. Basta leer diarios y revistas, ver las noticias o conversar con parientes y amigos para detectar, sin lugar a dudas, que la inseguridad ciudadana viene deteriorando nuestra calidad de vida desde hace algunos años. ¿Cómo podemos apoyar para resolver este problema con tecnología digital?
Varios países han introducido ya el concepto de cárcel o prisión digital con relativo éxito. La idea consiste en instalar un brazalete transmisor en la muñeca o en el tobillo del delincuente. Este equipo se reporta de manera inalámbrica a un receptor ubicado a una distancia de 20 a 50 metros. A su vez, el detector está conectado a una central de vigilancia y monitoreo a través de redes fijas y/o móviles de telecomunicaciones. Por lo tanto, si el delincuente abandona el área de acceso a la estación base o corta el brazalete, inmediatamente se activará una alarma en la central que inicia la recaptura del delincuente.
Existen además, sistemas que combinan lo anterior con sistemas de posicionamiento global (GPS, por sus siglas en inglés). Ello permite otorgar al delincuente aún más movilidad, ya que pueden definirse áreas o trayectorias permitidas y prohibidas al sujeto. Por otra parte, también es posible configurar la solución para tener flexibilidad horaria, por ejemplo, limitando la reclusión al horario nocturno, etcétera.
Resulta evidente que Chile presenta una crisis carcelaria crónica. Los problemas de Gendarmería para resguardar la población penal, el crecimiento de ésta, el hacinamiento de estos recintos, las «escuelas del delito» que se forman ahí mismo, la «puerta giratoria» de la Justicia y la incapacidad demostrada de rehabilitación de nuestro sistema bien justifican darle a la cárcel digital una oportunidad o, al menos, una evaluación exhaustiva.
En efecto, las posibilidades que abre y los problemas que resolvería son muy convincentes: En primer lugar está el tema del costo social. Indudablemente que un recluso en su propia casa sería mucho más barato de mantener que en una cárcel pública. Probablemente, en la mayoría de los casos, sus propios parientes serían sus mejores carceleros.
En segundo lugar, el aislamiento de otros delincuentes, sobretodo de los más avezados, disminuiría la cantidad de reclutas a las «escuelas del delito». También protegería al delincuente mismo de otros riesgos que enfrenta en la cárcel pública.
En tercer lugar, se abriría un abanico más flexible de penas a aplicar por los jueces entre la «libertad condicional» y el presidio remitido o efectivo a plazos variables. Es decir, se acabaría la disyuntiva del todo o nada que existe hoy, lo que se traduce en menores penas porque las cárceles no dan abasto y porque el juez quiere dispensar al delincuente primerizo de un castigo tan severo y de tan funestas consecuencias futuras.
En cuarto lugar, habría un uso más racional del recurso cárcel pública, reservando ésta para quienes violen las restricciones de la cárcel digital, para los reincidentes y para quienes hayan cometido delitos de mayor gravedad. Esto es especialmente importante para dar una nueva oportunidad a los delincuentes juveniles, quienes podrían tener mejores posibilidades de rehabilitación si quedan a cargo de tutores y de familiares confiables, pero confinados a los límites que impone la cárcel digital.
Por último y volviendo a la innovación, ¿habrá pensado alguien este tema en el Gobierno?
Una modernización de este tipo brindaría mucha mayor seguridad a los chilenos porque, al parecer, y muy desgraciadamente, tenemos más delincuentes que lugares para ellos en las cárceles de hoy.