Fuente: El País
El padre de Amazon dejará este año su puesto de consejero delegado de una compañía que bate récords y suma polémicas por su agresivo modelo de negocio.
Imaginen un bloque de mármol de Carrara de una tonelada suspendido en el aire a gran altura. Imaginen que, libre de sujeciones, cae sobre el centro de un lago… e imaginen las “ondas” que genera hacia las orillas. Este ha sido el shock en el mundo de la tecnología (y fuera) al saberse el pasado martes que Jeff Bezos (Nuevo México, EE UU, 57 años) dejará este verano de ser el consejero delegado de Amazon, aunque seguirá como presidente ejecutivo. No había rumores en la firma de Seattle. No sonaban esas aguas.
El hombre que en dos décadas largas ha construido un gigante con un valor en Bolsa de 1,7 billones de dólares (1,4 billones de euros), cambiado para siempre el comercio electrónico, desarrollado el sistema logístico más sofisticado que ha conocido la historia de la Humanidad, amasado para sus bolsillos 188.000 millones de dólares (156.000 millones de euros; solo le supera Elon Musk, fundador de Tesla), expandido el negocio de la computación en la nube hacia el cielo; el hombre que en el imaginario tecnológico comparte mesa en el Valhalla con Mark Zuckerberg (Facebook), Tim Cook (Apple), Bill Gates (Microsoft) o el propio Musk, retrocedía y contemplaba las vibraciones del agua desde la orilla.
Todo presagiaba un día “tranquilo”. Todas las casas de análisis pronosticaban una sucesión de récords en la presentación de sus cuentas trimestrales. Así fue. The New York Times calificó los números de “blockbuster [éxito] financiero”. Las ventas alcanzaron el hito de 125.600 millones de dólares (104.000 millones de euros) entre octubre y diciembre, mientras los beneficios (7.200 millones de dólares; 5.900 millones de euros) eran más del doble que el año anterior. Y por primera vez la empresa superaba los 100.000 millones (83.000 millones de euros) de ingresos en un solo trimestre. ¿Los anuales? Se dispararon hasta los 386.000 millones (320.000 millones de euros). Un 38% más. Pero Bezos decidió renunciar. “Amazon es lo que es por la invención”, dijo. “Si lo haces bien, después de unos años esa novedad se convierte en algo habitual. La gente bosteza. Ese bostezo es el gran cumplido que un inventor puede recibir. Cuando analizas nuestros resultados financieros, lo que realmente ves son los beneficios acumulados a largo plazo de la invención”. Pero Bezos decidió renunciar.
Su sustituto es su sombra desde los años 2000. Andy Jassy, 53 años, formado en la Escuela de Negocios de Harvard, amigo de Bezos, un ejecutivo que entró en la compañía en 1997 y que ha hecho crecer el negocio en la nube, Amazon Web Services (AWS), de forma inimaginable. El año pasado esta división generó 45.000 millones de dólares (37.000 millones de euros), un 30% más que el ejercicio anterior. “Quieres reinventar cuando estás sano, quieres reinventar todo el tiempo”, aseguró Jassy en diciembre, durante un encuentro en la compañía. “Tienes que ser implacable y tenaz sobre la verdad. Tienes que saber lo que funciona y lo que no”. Y puso como ejemplo la decisión de Amazon de canibalizar su propio negocio de alquiler de DVD para impulsar el streaming. Además Jassy —tras la jubilación a primeros de año de Jeff Wilke, responsable del inmenso mercado de consumo— era la gran opción. Por poner una fisura. Los gastos de explotación se dispararon un 42%, debido al aumento de los costes de envío. Pero Bezos decidió renunciar.
Apuesta espacial
Hay algo más que tecnología y números. La exposición social que ha tenido su divorcio con la escritora MacKenzie Scott ha aumentado el anhelo de no ser la primera “onda” que mueve el agua al dejar caer el mármol. Y centrarse en lo que le apasiona: el espacio. El que existe entre las estrellas. Ha destinado 1.000 millones de dólares (829 millones de euros) anuales a Blue Origin, una compañía, creada en 2000, que quiere llevar personas y mercancías ahí fuera a bajo precio. Y, también, el que hay entre las palabras. En 2013 adquirió The Washington Post, y lo ha salvado de su decadencia.
En el Jardín de las Delicias de Amazon parece no existir el pecado original. Pero existe. Tiene varias investigaciones abiertas por presunta posición de monopolio en Europa y Estados Unidos. David Cicilline, presidente de la subcomisión antimonopolio de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes estadounidense, advirtió: “Estas empresas [tecnológicas], tal y como existen hoy, disfrutan de un poder monopolístico”. Y añadió: “Algunas necesitan fracturarse, todas necesitan ser reguladas adecuadamente y ser responsables de su gestión. Esto tiene que terminar”.
La renuncia de Bezos trata, también, de rebajar la tensión. Sin embargo, el sentimiento de daño es profundo. ¿La compañía es un riesgo? ¿Podemos tener Amazon Prime pero no democracia? Yanis Varoufakis, exministro de finanzas griego y economista, reflexiona: “Hubo un tiempo en el que solíamos preocuparnos de que las empresas monopolísticas fueran una afrenta para la competitividad de los mercados e, indirectamente, una amenaza para la democracia”. En su opinión, “con firmas como Amazon esos miedos parecen tímidos y fuera de lugar. Amazon y el resto de las grandes tecnológicas no son únicamente un monopolio. Estas compañías de plataforma no solo poseen los productos que compramos y las tiendas donde los adquirimos, sino también las calles y las aceras, los bancos en los que nos sentamos a descansar, el aire que respiramos e incluso las palabras que utilizamos o los pensamientos que tenemos. No puede haber democracia en un mundo así”.
La empresa americana —que ha declinado dar nuevas informaciones para la elaboración de este reportaje y ha aportado notas oficiales y el testimonio de Jeff Bezos ante el Comité Judicial del Congreso de Estados Unidos para hilvanar su opinión— se defiende aventando números que justifican que su “poder” es limitado. En su comparecencia del 29 de julio pasado, frente al comité que investiga a la compañía por presunto comportamiento monopolista, Bezos sostuvo que Amazon controla menos del 1% de los 25 billones de dólares (20 billones de euros) en los que está valorado el mercado minorista del mundo y por debajo del 4% del estadounidense. La estrategia es argumentar que son solo un jugador más dentro del comercio electrónico.
Sin embargo, resulta difícil creer que represente la soledad de un número indivisible. Porque son, también, The Washington Post, Blue Origin, AWS, Amazon Go (alimentación), Amazon Fresh (artículos frescos), Ring (servicios de vigilancia), Amazon Prime (entretenimiento), Amazon Explore (una propuesta parecida a Zoom), Whole Foods (alimentos de lujo) y productos digitales como Kindle, Fire TV, Alexa o Echo. Los pequeños comercios saben que resulta imposible competir contra su sistema logístico. Esta es la frase con la que arranca el libro de su éxito. Ya no es la “tienda de todo” —aquel lema de Bezos—: “es la compañía de todo”. Nada le parece ajeno. Los analistas de la casa de Bolsa Cowen prevén, por ejemplo, que su negocio de anuncios aumente de 26.100 millones de dólares este año a 85.200 millones en 2026. De 21.700 a 70.800 millones de euros. Y durante lo peor de la pandemia ayudó a distribuir suministros médicos, lo que le valió el elogio de un incondicional enemigo (sobre todo por la posición del Post) como era Donald Trump. Celso Otero, experto de la firma bursátil Renta 4, valora como “una de sus virtudes más poderosas el poder de distribución, ser capaz de entregar en el mismo día”. Ni un Estado llega ahí.
Amazon es unas veces espejo y otras una ventana. Refleja el mundo en el que ya vivimos y atraviesa el que podría ser. Propone preguntas de una trascendencia abisal. ¿Qué significa trabajar en el siglo XXI? ¿Podría reemplazar una buena parte de sus 1.200.000 operarios por máquinas? Tim Bray conoce muy bien la mecánica de la firma. Fue vicepresidente de la compañía. Fue pionero de Internet y es un “maestro” de la ingeniería. La élite de Amazon. Pero también fue el principal alto ejecutivo que firmó una carta urgiendo a la compañía a enfrentar con mayor decisión la emergencia climática o el único directivo que se quejó de las condiciones laborales de los empleados de los almacenes en plena covid-19 (en octubre pasado, más de 20.000 trabajadores de la empresa en Estados Unidos, según The Guardian, estaban infectados). Tras cinco años y cinco meses en la firma, renunció el 1 de mayo pasado. No transmite resentimiento, solo análisis. “Amazon ha sido muy eficaz en la detección de oportunidades en múltiples sectores de negocio y en expandirse con éxito”, subraya Bray. “Sin embargo, plantea serias preocupaciones de monopolio porque las empresas pueden subvencionarse mutuamente, creando una competencia desleal. Aunque no es un problema que se limite a Amazon. Los productos y servicios ofrecidos por Apple, Facebook, Google, Microsoft, y la propia Amazon, deberían provenir de cien firmas, no de cinco”.
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