La regulación jugará un importante papel en un mayor despegue de la IA en empresas y países.
2025 será un año de definiciones para la inteligencia artificial (IA), donde podremos comprobar si las millonarias inversiones que se han realizado para su desarrollo dan pie a una adopción efectiva y que cumpla con el potencial prometido. Eso es lo que anuncia ‘The Economist’, una de las publicaciones más influyentes a nivel global, en su edición especial ‘The World Ahead’, donde explora las tendencias, temas y eventos clave que dominarán el próximo periodo.
Si recapitulamos un poco, podemos ver que en los últimos dos años vivimos una revolución tecnológica sin precedentes, con aplicaciones y funcionalidades disponibles en diferentes ámbitos. Vimos también que la IA se posicionó como una piedra angular en cuanto a desarrollo económico, social, empresarial, etc.
A pesar de esta gran oportunidad, fuimos testigos de cómo el camino hacia la adopción de estas tecnologías de forma efectiva y real está lleno de innumerables desafíos.
Tal como en innovaciones anteriores, nos encontramos en un dilema donde, por un lado, el ritmo de implementación avanza de manera vertiginosa, pero no así la regulación respectiva. Los marcos legales y éticos no están al día, lo que produce una especie de desconexión y genera incertidumbre.
En la práctica, esto significa que muchas empresas públicas y privadas empiezan a dudar sobre si realmente será efectivo adoptar determinada solución porque no saben a lo que se enfrentan, y en caso de problemas, no existe una instancia capaz de regular o resolver. Con esto me refiero, por ejemplo, al manejo de la privacidad de la información, aspectos de empleo, seguridad, etcétera.
Por eso, el concepto clave y más esperado durante el futuro próximo será la regulación, con un enfoque más orientativo que delimitante. La IA promete herramientas de aprendizaje automático, modelos generativos, aumento de la productividad, modernización y transformación de sectores. Todo esto está muy bien, pero tenemos que entender que detrás de todo este optimismo existen temores que no podemos obviar y que es mejor enfrentar cuanto antes.
El punto de inflexión estará entonces en cómo las empresas y los gobiernos manejen este momento crítico. Las decisiones tienen que estar basadas pensando no sólo en el futuro de IA, sino en el papel que jugará en el desarrollo desde un punto de vista macro. La tecnología per sé no es suficiente: además de funcional debe ser responsable, ética y consciente.
En un mundo donde todavía no comprendemos el 100% de las implicancias que tiene la tecnología, 2025 será un año decisivo para que todas las industrias que han invertido en ella vean un retorno que le permita ser accesible, escalable, pero sobre todo, confiable. Los riesgos que surjan hay que gestionarlos de la mejor manera, para que así podamos transformar todas estas incertidumbres en oportunidades de progreso. El futuro de la IA depende directamente de las decisiones que tomemos las personas, siempre con una visión integral y estratégica.
Fuente: Forbes Chile