Fuente: retina.elpais.com
El cambio en la hegemonía casi nunca ocurre de forma indolora. Hay quienes piensan que el siglo XXI, que comenzó como el segundo siglo americano, podría terminar como el primer siglo chino. En geopolítica debemos partir siempre del análisis espacial. Tierra, mar, aire y espacio profundo son los campos de competición clásicos, a los que hay que añadir el ciberespacio. La carrera por la hegemonía también pasa por allí.
El historiador griego Tucídides atribuía el estallido de la guerra entre Atenas y Esparta en el siglo V a. C. al auge del poder ateniense y al temor que ese crecimiento engendró en el rival espartano. Hace unos años, el actual líder supremo de China, Xi Jinping, evocó la trampa de Tucídides, argumentando que Estados Unidos y China deberían hacer todo lo posible para no caer en ella.
Si China siempre tuvo una vocación continental, Estados Unidos es un verdadero imperio marítimo. Como explica el experto en geopolítica estadounidense, Dario Fabbri: ”La globalización no es más que el dominio norteamericano de todas las rutas marítimas, alcanzado tras la Guerra Fría. Si hoy el 90% de las mercancías del mundo se mueve por mar, es porque así conviene a los Estados Unidos, que son quienes lo hacen posible”.
Si nuestras mesas se han llenado de aguacates y Amazon puede hacer entregas en 24 horas es porque durante los últimos 30 años hubo solamente una superpotencia global. Pero la historia no terminó en 1989 y, avisa Fabbri, “en el momento en que otro sujeto consiga controlar uno solo de los nódulos marítimos, esta globalización terminará”.
Amazon Makes America Great Again
Si la globalización existe porque existe el imperio estadounidense, Amazon es su fruto más logrado: combina el dominio comercial de los mares con el tecnológico. El gigante de Seattle para los Estados Unidos es mucho más que una plataforma de comercio electrónico. Es el cuarto empleador del país, por detrás del Pentágono, Walmart y McDonald’s. La compañía da trabajo directamente a más de 613.000 personas y está perfectamente integrada en el sistema de producción y poder estadounidense.
Amazon posee una flota de aviones y, a finales de 2017, anunció una inversión de 1.500 millones de dólares en este sector. Pese a sus enfrentamientos personales con el presidente Donald Trump, Jeff Bezos ha explicado en varias ocasiones la necesidad y el deber priorizar el interés nacional y colaborar con el Pentágono, por ejemplo, a través de su servicio cloud AWS, que entre sus clientes cuenta también con la CIA y el FBI.
Como explica Niccolò Locatelli, autor de la revista de geopolítica italiana Limes, “Amazon se radica especialmente en las zonas más deprimidas de la nación, tuvo que renunciar a abrir su sede en Nueva York por la oposición demócrata y el componente intelectual de sus empleados es mucho menor que en Silicon Valley”. Es la América profunda, la misma que votó a Trump y que históricamente ha alimentado las filas del ejército. El grupo cuenta con 143 centros logísticos y almacenes ubicados en casi todo el mundo. Jeff Bezos ha llegado donde no lo hicieron las bases militares estadounidenses.
Los centros de datos de Amazon se encuentran en EE UU, Europa, Brasil, Singapur, Japón y Australia. También los tenía en China, pero el año pasado los vendió a una empresa local después de descubrir que habían sido espiados durante años a través de placas base modificadas producidas por subcontratistas chinos de la empresa californiana Supermicro.
Alibaba, el Amazon chino
Para liberarse de la contención estadounidense, China, en 2013, lanzó (o relanzó) el majestuoso proyecto de las Nuevas Rutas de la Seda u OBOR (One Belt, One Road). Un complejo de rutas comerciales que permitirían a Pekín librarse del yugo estadounidense y expandir su influencia, tanto comercial como política. El alter ego de Amazon en China es Alibaba, AliExpress en su versión para el extranjero.
«Hace más de 30 años, solía decir que si perdíamos la oportunidad de vender nuestros productos a los Estados Unidos, habríamos perdido para siempre la posibilidad de darnos a conocer en el mercado global. Hoy, sin embargo, les digo a la gente que si no colocan sus productos en el mercado chino, perderán su partido con el futuro», dijo Jack Ma, fundador de Alibaba.
El marketplace chino factura 39.900 millones de dólares y alcanza un valor de mercado de 390.000 millones. Cuenta con 576 millones de clientes, frente a los 300 millones de Amazon. Emplea directamente a 50.000 personas. Pocas, porque es un intermediario. No controla el almacenamiento de mercancías, el abastecimiento y el envío. Según Ma: «La diferencia entre nosotros y Amazon es que ellos son un imperio que controla, compra y vende. Nosotros queremos ser un ecosistema».
Esta es también la diferencia entre el modelo de globalización estadounidense, basado en el control directo del espacio marítimo mundial por mano de su formidable Marina y las Nuevas Rutas de la Seda, con las que China pretende aumentar su presencia internacional invirtiendo en los territorios y en las infraestructuras involucradas en el proyecto. Una especie de nuevo plan Marshall que, obviamente, no es gratuito.
El softpower chino
Al igual que la expansión china en su conjunto, también la de Alibaba tiene sus puntos de fuerza en los mercados en vías de desarrollo. En 2016, la compañía compró Lazada por 1.000 millones de dólares, un marketplace fundado por los europeos de Rocket Internet y presente en seis países. Entre ellos: Vietnam, Tailandia y Singapur. La adquisición garantizó al grupo unos 650 millones de clientes potenciales.
Además, Alibaba está llegando a acuerdos con plataformas de países como Bangladesh y Pakistán, donde precisamente se desarrollan algunos de los proyectos más importantes de OBOR. Ma espera desplegar aquí las potencialidades de Ant Financial (filial de Alibaba), la mayor fintech del mundo. La intención del grupo es crear un ecosistema de 2.000 millones de usuarios, gestionando la relación entre vendedores y clientes, marcas y productos.
Pero Alibaba no está sola. Otras compañías tecnológicas chinas como Tencent, Didi Chuxing y JD.com están promoviendo inversiones en el sur y sudeste de Asia. “Los titanes tecnológicos chinos son la versión 2.0 de OBOR. WeChat ya dispone de más de 100 millones de usuarios fuera de China y 5 millones son trabajadores que residen en Sudáfrica en proyectos OBOR”, apunta la sinóloga Agueda Parra.
Además de puertos y ferrocarriles, Pekín promete infraestructuras digitales: fibra óptica, antenas de telecomunicaciones, 5G. África es el ejemplo perfecto de la llegada de las vías de la seda tecnológicas, la llamada digital silk road, que, según Washington tendría un valor de 79.000 millones de dólares. El dinero no es suficiente y como enseño Hollywood, el soft power es esencial para asentar una hegemonía. De momento, en Kenia, Sudáfrica y Uganda ya se ha introducido la enseñanza obligatoria del chino en las escuelas.
Sin embargo, Niccolò Locatelli considera que «los movimientos de Alibaba y el proyecto OBOR responden a la única estrategia posible para China. Sus redes sociales tienen muy pocas posibilidades de penetrar más allá del país y las diásporas chinas en Occidente, porque además de la barrera lingüística, sufren un déficit total de soft power. El sueño americano, aunque muy magullado, todavía existe, mientras que nunca hubo un sueño chino».
“Aún así”, admite Locatelli, “la mayoría de los países atravesados por las Rutas de la Seda son administrados por dictadores, por lo que la afinidad con Pekín podría ser más simple. Al final, la expansión de su internet solo se puede dar por imposición, mientras que en Occidente será difícil para ellos llegar”.