Por Gerardo Garrett
La idea de escribir esta columna nació de participar en un foro de empresarios en el que se discutía sobre la “nueva normalidad”: qué están haciendo y qué deben hacer las empresas luego de la cuarentena producto del antipático y odiado coronavirus.
Algunos de estos empresarios -los llamo “los optimistas”- explicaban que, a pesar de la coyuntura difícil, sus negocios iban bien y que, además, habían establecido estrategias innovadoras para enfrentar la nueva normalidad.
Cambio es oportunidad.
¡Muy bien por ellos! Otros empresarios -los llamo “los conservadores”-, me incluyo yo en este grupo, veían un futuro más incierto y planteaban sentimientos encontrados respecto de lo que se viene próxima o lejanamente. Cambio es desafío. ¡Muy bien por nosotros!
En todo caso, tanto optimistas como conservadores coincidían en que la vida será diferente luego de la cuarentena, independientemente de cuándo ésta se irá parcial o totalmente. Y, agrego, los cambios se darán en todo sentido, nos guste o no, estemos preparados o no, los aceptemos o no.
Mis amigos optimistas parece que la tienen más clara o más sencilla. Los conservadores lidiaremos previamente con estos sentimientos encontrados para luego afrontar los cambios.
En esta trilogía cambio, desafío, oportunidad, veamos algunos ejemplos. Hay muchísimos otros, sin duda. La educación virtual en los colegios es una experiencia complicada tanto para los alumnos como para los profesores. Es que ninguno de ellos estaba preparado para esta realidad que se vino de pronto. Tampoco tenían por qué estarlo. Los chicos están “estresados” con las clases en línea, las recargadas tareas, los desordenados horarios diurnos y nocturnos y el encierro casero. Al otro lado de la virtualidad, supongo que a los esforzados profesores les pasa algo parecido. Cuando vuelvan a los colegios, profesores y alumnos -barbijos mediante- seguramente que tendrán un encuentro diferente. Sencillamente, habrán cambiado.
El caso de las aerolíneas es interesante y desafiante. Y para explicar esta realidad aeronáutica, acudo a los criterios de mi amigo Hernán Terrazas. Hernán dice que las aerolíneas “en los últimos años no sólo habían subido el costo de los pasajes, sino que ponían precio a los alimentos a bordo, a los cambios de asiento y a las franquicias de equipaje”. Y concluye que “es lógico suponer que las líneas aéreas deberán reconsiderar esa lógica caprichosa para seducir a sus nuevos pasajeros.”
Así nomás tendrá que ser en este caprichoso aire de cambios. La situación de las entidades financieras no deja de ser igualmente complicada. Pese al
“relajamiento” temporal de ciertas normas, los bancos deben realizar esfuerzos extraordinarios para satisfacer las necesidades habituales o nuevas de sus clientes, atender en horarios más ajustados, trabajar en entornos en los que la distancia social no quiere respetarse y asumir otras responsabilidades -por ejemplo, los pagos de los bonos establecidos por el gobierno-. Si bien la
tecnología facilita, y mucho, las necesarias transacciones financieras, no todos tienen acceso a estas plataformas digitales o una buena parte de nuestra población lamentablemente no está “bancarizada” o, peor, prefiere no estarlo.
Antes de que la cuarentena se haya ido, los bancos ya no son lo mismo. Tuvieron que cambiar. Si de tecnología se trata, el mundo analógico está cediendo terreno rápidamente en favor de un quehacer digital. La transformación digital en todo ámbito o actividad ya no es más una idea, una
moda o una buena intención; es una realidad. Los cambios digitales se dan y continuarán dándose en medicina, educación, negocios, agricultura, alimentación, gobierno y en toda actividad humana.
Las nuevas tecnologías, como robótica, inteligencia artificial, big data, cloud computing, blockchain, comunicación 5G o mecánica cuántica, contribuirán a un mayor bienestar de las personas, de las comunidades y del planeta en la medida en que sean racional e inteligentemente aplicadas y utilizadas.
Nuestro deber será velar por que estos cambios digitales así sucedan. ¡En hora buena! Y, finalmente, ni qué decir de lo que pasa en el hogar estos días. Los cambios en la casa parecen ser más drásticos. En todo caso, yo los siento cambios para bien.
Por un lado, damos por temporalmente aceptado el famoso “teletrabajo” -no me gusta este nombrecito-, la ya mencionada educación virtual de los chicos o el salir protegidos con barbijo y guantes una vez a la semana según el número del carnet de identidad para ir al mercado y para visitar a nuestros angustiados padres.
Por otro lado, lo valioso es que hemos aprendido a convivir mejor, a darnos más tiempo en familia, a cocinar y limpiar la casa “en equipo”, a ver una serie o una película juntos al final de la jornada laboral-familiar y a mirar con esperanza, o a veces con sentimientos encontrados, lo que nos depara la “libertad” post cuarentena.
Dice la gran Mercedes, “cambia lo superficial, cambia también lo profundo”. Y el cambio, sea superficial o profundo, para optimistas o conservadores, es simplemente inevitable.