Google vuelve a ser solo un buscador. La idea inicial de Larry Page y Sergey Brin, sus fundadores, dos estudiantes de Stanford con un proyecto de doctorado para ordenar toda la información que fluía por Internet. El movimiento, inesperado, quiere que Google vuelva a las esencias, al espíritu del garaje en que nacieron, a una innovación constante hasta crear la compañía tecnológica más influyente de Internet. Page será el consejero delegado de todo el conglomerado. Brin, el presidente. El realista toma las riendas. El soñador, la cara amable. Bajo ambos, el cada vez más ascendente Sundar Pichai, que se encumbra como el gran visionario que ponga orden y haga que el rompecabezas encaje.
Jeff Bezos, el inventor de Amazon, tiene una máxima: sus equipos deben poder alimentarse con dos pizzas. Google se suma a esa tendencia. WhatsApp apenas contaba con 40 empleados cuando pasó a formar parte del universo Facebook. Instagram se quedaba en 14. Esa agilidad, esa facilidad en la toma de decisiones, ese tener claro qué playa se toma hace que en cuestión de un par de años se pase de una idea que pretende cambiar el mundo a una realidad.
El mejor ejemplo sería Calico, que explora cómo alargar la vida humana. La propuesta, realmente, va más allá, quieren acabar con la muerte.
En los últimos dos años Google, a diferencia de Facebook, ha sido comedida en sus compras. Tan solo Nest, pensada para manejar el hogar desde el móvil, ha hecho que sacasen la chequera. 3.200 millones de dólares para un termostato y un detector de humo que se gestiona con una aplicación. A Tony Fadell, criado en Apple, le dieron todo tipo de facilidades y la promesa de llevar el timón. Pero ha dejado de impactar, de hacer algo que merezca la atención. Google comenzaba a proyectar una imagen poco acorde a sus principios. En lugar de brillar, la nueva joya se oscurecía. “¿Una compra defensiva?” pensaron muchos. No, sencillamente, el toque de atención para tomar esta decisión.
Con la nueva organización se pone orden. Google, con Android, almacenamiento y buscador. Google X, con los laboratorios de experimentación. Ellos se encargan de las gafas, los globos que dan conexión, el coche sin conductor y casi cualquier nuevo aparato que no esté en el hogar. Nest, en cambio, pretende conquistar la casa. Hace del sueño domótico una estrategia firme.
Proyectos retenidos durante tres años sin resultados, como el caso de Google Glass, que ni mueren, ni arrancan, ni explotan ni terminan de llegar al mercado de consumo, son lo que la nueva empresa Abecedario, ‘alphabet’ en inglés, no se puede permitir. Tampoco apuestas fallidas como Google+, una red social camino del cementerio. Mucho menos, crear el sistema operativo móvil más popular del mundo y no encontrar la fórmula para dominar sus ingresos en la plataforma.
La estructura en pequeñas taifas esconde dos sorpresas que marcan el rumbo de futuro: Ventures y Capital. Y que encajan con el guiño incluido en el nuevo nombre: Alpha-bet. Alpha es como se denomina a la primera versión útil de un producto. Previo a la fase beta en la que el consumidor ya puede probar algunas cosas. Bet, significa apuesta. Invertir y financiar más allá de las nuevas miniempresas creadas, esa es la gran ambición del antiguo Google y así lo quiere reflejar en el nombre. Se fomenta, además, la competitividad, entre sí, y con el resto del ecosistema emprendedor de Silicon Valley. A la vez, esperan que sean vasos comunicantes.
La nueva organización busca acabar con la burocracia, y acentuar los resultados. Más resultados y más intercambio de ideas. Google se hace startup, empresa de nuevo cuño, pero con unos recursos envidiables, para emular lo que siempre ha desprendido Silicon Valley, movimientos rápidos y rompedores, adelantándose a su tiempo.
Fuente: http://tecnologia.elpais.com/