La inclusión financiera de las mujeres como una tarea en avance positivo

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Por: Margarita Corre Henao

Cuando era pequeña me decían que las mujeres sólo estudiaban hasta quinto de primaria y debían ser aseadoras: tenía muchas ideas, pero nunca creyeron en ellas. Empecé sola a darme cuenta de que podía trabajar, tener mi casa y mis cosas propias. Quise sacar un crédito, pero tuve varias dificultades, hasta que llegué a una entidad de microfinanzas: sólo me pidieron la cédula y, además, me dieron capacitación”. Las palabras son de Angélica Valbuena, una microempresaria rural que cultiva hortalizas orgánicas, a quien ser madre cabeza de hogar no la ha detenido en sus propósitos, pero el proceso de inclusión financiera hace unos años sí la frenó por un momento en el crecimiento de su negocio.

Ofrecer acceso a productos y servicios financieros no es sólo entregar un crédito, una cuenta de ahorros o un seguro, es entregar dignidad, oportunidades, autoestima, confianza, empoderamiento, progreso y reconciliación, mucho más a las mujeres, quienes históricamente se encuentran rezagadas en cuanto al acceso a los recursos.

Está demostrado que la inclusión financiera es un medio que contribuye a erradicar la pobreza, marcada en mayor proporción en las mujeres, así como a mejorar su calidad de vida y su bienestar.

Además, crear condiciones para el empoderamiento económico de las mujeres a través de la inclusión financiera tiene varios beneficios y es una oportunidad de desarrollo para nuestro país, pues permite que sean autónomas para manejar sus ingresos; acumulando activos, asegurándose frente a eventos inesperados, ellas también pueden generar proyectos productivos como fuente de ingresos y empleabilidad y, por esta vía, les permite involucrarse en su propio desarrollo y en el de sus familias; pueden aportar en su seguridad social, invertir en educación y salud y, de esta manera, generar crecimiento, desarrollo económico y social.

Algunas entidades han creado estrategias de equidad e inclusión, avanzando en una oferta de valor que incluye lo financiero, con productos para las mujeres como seguros que entienden sus necesidades.

En Colombia, si bien hemos avanzado en el ingreso de mujeres al sistema financiero, logrando que el 87,1% tengan un producto financiero, el indicador de uso apenas llega al 70 %, situación que empeora en ciertas regiones y territorios del país, especialmente rurales. Pese a que en promedio tienen un mejor historial crediticio que los hombres, el monto de los préstamos es más bajo. Estas brechas también se ratifican cuando se mide la inclusión financiera desde la demanda, en donde se evidencia que mientras el 78,7 % de los hombres reportan tener acceso a un producto o servicio financiero, sólo el 60,2 % de las mujeres lo hacen.

Las microempresas son las grandes movilizadoras del aparato productivo nacional, pero su acceso al crédito continúa siendo un reto importante para el país, porque aún 3,4 millones de micronegocios no han tenido un préstamo que les permita apalancar su fortalecimiento empresarial. Y el reto es más grande cuando se identifica que el 98,6 % de este grupo son informales, lideradas por mujeres que acceden al emprendimiento como una posibilidad de subsistencia en donde, además, atienden el cuidado de su familia.

Soluciones efectivas a necesidades reales, que las acompañen a ellas, es hacia donde debería apuntar un grupo de estrategias innovadoras que vayan más allá de lo netamente financiero para incluirlas en la productividad nacional. Por ejemplo, el sector de las microfinanzas ha demostrado una gran fortaleza en el cierre de brechas de género porque se ha enfrentado a un contexto en el que las emprendedoras de bajos recursos acceden a sus productos y servicios para fortalecer sus unidades de negocio, contribuyendo a su progreso y, en muchos casos, a la superación de la línea de pobreza.

Es con esa realidad que algunas entidades han creado estrategias de equidad e inclusión, avanzando en una oferta de valor que incluye lo financiero, con productos para las mujeres como seguros que entienden sus necesidades, y en lo no financiero, con procesos de formación que las guían en temas socio-empresariales para acompañarlas en el nacimiento de nuevos negocios o darles escalabilidad a los que ya tienen, venciendo dificultades propias como la autoconfianza, la autopercepción y sus capacidades. En el caso de Angélica, ella, además de la educación financiera, ha recibido formación para la puesta en marcha de medidas de adaptación al cambio climático, por parte de Bancamía, que hoy le permiten trabajar con abonos orgánicos, riego por goteo y en un invernadero, generando modelos de cultivos sostenibles.

La idea de vencer situaciones ya comunes como el machismo, la autoexclusión, las barreras territoriales y la falta de educación debe contener acciones avanzadas que impulsen el acceso y el uso para generar bienestar, que es el fin último de una inclusión financiera responsable, donde se puede contar con la tecnología, la digitalización y el compromiso de todos hacia una inclusión real, equitativa y sostenible.

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