Fuente: www.criptonoticias.com
Una de las anécdotas que se escucha habitualmente en Chile, y que ilustra la necesidad de un sistema que resguarde de manera segura la información, es la erupción del volcán Chaitén, ocurrida en 2008, y el aluvión que se llevó a media ciudad. En este contexto, un operativo especial se desplegó para rescatar los títulos de propiedad que se guardaban en las oficinas del Conservador de Bienes Raíces del pueblo. Algunos de ellos guardados en computadores, otros en formato papel sin copia de respaldo.
Suele ser contada además, como una manera de justificar la necesidad de implementar una blockchain en entornos donde los datos son un activo de relevancia. En este contexto, la Comisión Nacional de Energía se convirtió en la primera entidad pública en utilizar dicha tecnología en el país. La iniciativa consistió básicamente en ingresar a una cadena de bloques información que incluye los precios medios de mercado, los costos marginales, los precios de hidrocarburos, entre otros.
Luego se fueron sumando otras iniciativas vinculadas, tales como el inicio de un piloto en ChileCompra (plataforma de oferta pública) destinado a garantizar que los documentos asociados a sus procesos no sean alterados; o bien el proyecto recientemente inaugurado de la Tesorería General de la República, que busca generar un sistema de cuadratura automático de las transacciones generadas por sus proveedores y la información proporcionada por los medios de pago (bancos). Dicha información, de acuerdo con lo dicho desde la Institución, “no era completamente exacta […] debido a la información que se perdía en el camino”.
En ese sentido, resulta interesante mencionar que muchos expertos, provenientes de las áreas vinculadas a esta tecnología (informática, desarrollo), se sienten escépticos en relación a este tipo de iniciativas en diferentes países del mundo. Ellos consideran el uso de blockchain en estos contextos como un derivado de un concepto incorrectamente comprendido o bien convenientemente adaptado a realidades, donde, además, no necesariamente aplicaría. Algo así como “forzar” una respuesta, donde podrían ofrecerse soluciones que ya existen, con mejor funcionalidad y menor costo.
Revisemos a continuación el historial que nos llevó al concepto de blockchain.
EL ORIGEN
En el año 2008, Satoshi Nakamoto publicaba en un foro de programadores su ya célebre Libro Blanco titulado Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System. Un año antes, la crisis subprime en Estados Unidos había demostrado nuevamente que las instituciones financieras y sus cuestionables prácticas podían dejar de cabeza a la economía mundial, quedando de paso todos sus agentes de pie.
En este contexto, el modelo de dinero electrónico de Satoshi Nakamoto “permite a dos partes interesadas cualesquiera, transar directamente entre ellas sin la necesidad de un tercero de confianza” (trad. CriptoNoticias). Por tanto, la confianza en el sistema transaccional provisto hasta aquí por el modelo financiero tradicional queda en manos de una red distribuida, que debe cumplir indefectiblemente con una serie de características para garantizar dicha confianza.
Para revisar qué es lo que define a la red de Bitcoin citamos a Andreas Antonopoulos; quien, en su libro Mastering Bitcon, la caracteriza de la siguiente manera:
«Bitcoin se estructura como una arquitectura de red P2P sobre Internet. El término de igual a igual, o P2P, significa que las computadoras que participan en la red son iguales entre sí, que no hay nodos “especiales”, y que todos los nodos comparten la carga de proveer servicios a la red […]. No hay servidor, no hay servicio centralizado, ni jerarquía dentro de la red. Los nodos en una red P2P proporcionan servicios y consumen servicios al mismo tiempo, con la reciprocidad como incentivo para participar. Las redes P2P son inherentemente resistentes, descentralizadas y abiertas». Mastering Bitcoin, por Andreas Antonopoulos
La descentralización y la desjerarquización son, entonces, aspectos fundamentales. Con esto claro, cabe la pregunta: ¿cuándo fue que el interés por la tecnología comenzó a aparecer en iniciativas de organizaciones definidas justamente por lo contrario?
Cuando, a finales del año 2017, bitcoin –el criptoactivo que hace posible las transacciones de su red– alcanzó un valor de mercado cercano a los USD 20.000, el interés en su tecnología –antes escasa y limitada a grupos directamente vinculados al desarrollo– despertó de manera inusitada. Muchas miradas, antes indiferentes, se sintieron atraídas por saber qué había detrás de ese fenómeno, exclusivamente conocido a la fecha por su propuesta de dinero digital.
Pero no se quedaron ahí más del tiempo necesario, a no ser como una posibilidad de aumento personal de las arcas a través de la especulación. La palabra “descentralización” no resultó tan atractiva después de todo, como el precio en las nubes que, por esa época, bitcoin ostentaba.
Por otra parte, nuevas criptomonedas ofrecían redes que daban la posibilidad de ser utilizadas sin que necesariamente mediaran los conceptos que definían a la red de Bitcoin. Dos de los ejemplos más relevantes son Ethereum, una de las redes más requeridas por organizaciones privadas para la creación de iniciativas mixtas, es decir, parcialmente descentralizadas; y Ripple, una plataforma que tomó el concepto de p2p y cuya red ha sido especialmente bien recibida en entornos asociados a instituciones financieras.
Podría decirse que fue la palabra “blockchain” la que terminó por sellar de manera semántica el acomodo que significaba convertir una tecnología descentralizada en una centralizada. Porque, cuando hablamos de blockchain (término completamente ausente en el lenguaje de Nakamoto) hablamos en realidad de algo así como una red como la de Bitcoin, pero despojada de todas las características que permiten la descentralización; y, debido a ello, convertida en una mera base de datos con algunas características adicionales (como la inmutabilidad de los datos). Pero tal como Antonoupulos manifestó, se trata de “una base de datos muy lenta”.
Sin embargo, y pese a que los elementos descentralizadores fueron olvidados, la palabra “blockchain” sí parece haber conservado cierto dejo de romanticismo, heredado de las intenciones originales de Bitcoin. Donde Bitcoin ofrecía una solución concreta para solucionar el problema de una confianza mal gestionada por las instituciones bancarias, blockchain pasó a ser la aspirina de todos nuestros problemas.
En cuanto a esto, Jimmy Song, uno de los desarrolladores de Bitcoin que, además, se preocupa de la educación en cuanto al uso de la dicha red, realiza una serie de interesantes precisiones en su artículo Why Blockchain is Hard. Estas parten de una suerte de desmitificación de la blockchain como la salvadora de nuestros principales males y cuya misión incluye –tal como irónicamente menciona– “Salvar a los bebés moribundos”.
Seguidamente, Song plantea: “Muchas compañías usan la palabra ‘blockchain’ como si se tratara de algún tipo de dispositivo mágico, gracias al cual todos sus datos nunca estarán equivocados. Tal dispositivo, por supuesto, no existe, al menos cuando el mundo real está involucrado”.
¿BLOCKCHAIN O BASE DE DATOS?
Otro aspecto que se vincula a las derivaciones del concepto “Bitcoin” y que se expresó en la aparición del concepto “blockchain” es que, aun así, esta parece no ser de momento la solución más adecuada. Ello responde básicamente a dos razones: la ya mencionada en los dichos de Antonopoulos de que se trataría de una base de datos más lenta y porque en términos económicos, debido a la complejidad de su funcionamiento, supone costos más altos que la implementación de esta última.
En este marco, desarrolladores expertos han construido un sencillo cuestionario, para que las empresas u organizaciones puedan evaluar y precisar el hecho que, quizás, lo que necesiten sea sencillamente una base de datos y no una blockchain.
Por último, y volviendo al evento del volcán a punto de acabar con los registros de propiedad, ¿no podría ser un salto un tanto precipitado pasar de un registro en un papel sin copia a una tecnología recién nacida, que todavía no ha madurado y que tiene un camino aún largo por recorrer? ¿No será un necesario y sano ejercicio el de analizar las propuestas de modernización a la luz de los expertos y no al calor del entusiasmo? ¿Y de esta manera, cautelar que los recursos del Estado puedan ser destinados con mayor eficiencia?
Como siempre en estos casos, solo el tiempo lo dirá, cuando todas estas iniciativas sean evaluadas en cuanto a sus resultados finales. Si ha sido un gasto excesivo para una operatividad pobre con relación a tecnologías ya existentes (base de datos), una decisión apresurada por el anhelo entusiasta de modernización, o bien, ha sido un periodo de prueba necesario para que las decisiones futuras sean completamente acotadas a la realidad que las nuevas tecnología nos ofrecen; y que, si bien, casi siempre se vuelven mejores que sus antecesoras, al menos en tiempos donde todavía se encuentran en ciernes, bien vale la pena analizar a fondo su implementación y desarrollo.